Moreíto
Antonio…Otros
sonidos
Raros sonidos. Más lejos y cerca el mundo.
Para
un recién llegado, otros sonidos son el mundo.
Una descripción del paseo, balaustradas y
plazas secas, la dulce inclinación del suelo, las vertientes del acudir.
Estamos casi a fines de un siglo desconocido, el xx se asoma sin la alharaca
que produjo el 21. Nadie creyó entonces en el fin del mundo. El cine y el
automóvil ya andaban haciendo sus primeros pasos, había quien se deleitaba y
quienes aborrecían. Pero el fin del mundo no se planteaba en absoluto. (Walser)
Y henos aquí, en el otro mundo.
Con mi particular modo de vivir los
recuerdos, hace ya algún tiempo quería leer a Kafka a quien en mi fuero íntimo
reconocía no haber leído. No podía abrir juicio dado que solo recordaba
fragmentos de sus diarios, anotaciones sobre el teatro, sobre tal o tal actor o
actriz, las noches de un país pleno y consciente. Así que por fin limpiando
volví a abrir un tomito dos de los escritos de Franz Kafka. Me llamó la atención
unas pequeñas muescas en un margen o un pliegue aquí o allá. Pero la cuestión
formidable es que todo eso estaba ya leído por mí. Y recordaba cada texto a
medida que lo volvía a leer. No sé cuánto tiempo ha pasado desde aquellas
lecturas. Pero ahí está, incandescente siempre. El vértigo de la imaginación,
el empecinado escritor que existe escribiendo. Y allí inconscientemente me
encuentro. Soy lectora leyendo. Tal vez suene pretenciosa pero casi todos los
papeles de mis libros aunque no llegan ni ahí, y ni siquiera forjan personajes
ni peripecias casi, de todos modos me parece que en el meollo van por ese
cauce, aunque bien modestamente. También reconozco que no me atrevo a decir lo
que exactamente pienso.
Erase una vez un tal Moreíto Antonio. Un
muchacho que no lograba decir exactamente lo que pensaba y se expresaba por
elipsis a veces muy esforzadas. Fue así que descubrió casi accidentalmente que
un frasquito de licor podía ayudarlo mucho. El calor se expandía en su cuerpo y
una especie de risa subía de la sangre al hito y allí como un equilibrista,
encontraba las palabras que una a una escalonaban el maravilloso placer del
espacio. La lengua sí es espacio, se decía relamiéndose de ese dulzor de las
tías enlicoradas por la tarde y súbitamente tristes apenas después. ¿Pero cuándo
empezaron los arrebatos? Moreíto no podría haberlo precisado porque sombras y
luces acompañaban su pensamiento y su acción. Sombras y luces y sobre todo un
empecinado silencio que ninguna palabra o soplo atravesaba, rompía, iluminaba…
otros sonidos, dijimos… pero ahora reinaba una confusión más amplia cada vez. Y
aquellas tías embelesadas antes ahora lo cuestionaban y taladraban con
desconfianza y hostigamiento.
El Antiguo Tartamudeo de regreso virulento
arrasaba con toda la efímera construcción que andamiaje tras andamiaje había
logrado pergeñar. Sí, una construcción efímera, como cualquier vida paisana,
sencilla y natural, intocada por la gran especulación y el poderío. La
construcción perfecta para un albañil como Moreíto Antonio. Manos acostumbradas
a la mezcla, a lo seco y lo húmedo, a lo ácido y cortante. Al frío, y al calor;
al vértigo y los olores detestables. Moreíto Antonio no pensaba en dios desde
que era pequeño. Había habido tantas tantas cosas que resolver y aprender y
someter y doblar y olvidar y beber y tanto dolor en el mundo que había tenido
que escuchar y calmar y comprender y olvidar y masticar y soñar tanto tanto… el
vértigo y el golpe; la pértiga y la columna… qué lejos el pensamiento de las
palabras como brazadas en el aire entre uno y otro equilibrista, esos pasos en
el cielo de la carpa ojos en los ojos y la confianza hecha de otro calor –un
calor construido en la alternativa de la educación, tal vez y por ejemplo– no ,
no tendría eso ya. Otro sonido en el aire, la atmósfera de otra época en la
curva de la garganta… ¡dónde, dónde! ¡Ah! El saco estrecho sobre la camisa
blanca, el cuello semiescondido porque esa prenda no conoce plancha ni cuidado
otro que el jabón y el sol en la cuerda, bailando hasta la hora en que el Moreíto
Antonio vuelve del trabajo y entonces recorre limpio la zona donde le gusta ser
visto y saluda aquí y allá con la sensación de que cada respuesta a su mano
curtida, lastimada y gorda de pena es un verdadero puente con el mundo y ese
que ha respondido a la vuelta de la esquina entre los breves árboles de las
veredas, es un alter de este mundo que lo convoca a seguir y aquí echa en su
garguero la celebración que lo pierde. ¡La primera! La primera de la jornada
que ya termina y mientras el crepúsculo lo abraza con su fino frío por la
espalda, escalofrío sí que sí, Moreíto ya ha descubierto el último escalón y ya
resbala por la amplia lengua media y sin sentido y se deja atrapar por su
sólida promesa descartada una vez más.
Pues bien, ya es hora de dejarlo un poco solo,
que reflexione y comprenda y después de un sueño merecido, a solas la mañana
comience lavando su camisa manchada vaya a saber dónde y por qué caminos. Ese
lavar en el agua fría inclinado en la humilde palangana de metal es el comienzo
de cada día y dos broches sobran para que el aire vivo del día deje perfectamente
lisa la camisa, blanca y humilde que lo envalenta cada tarde para terminar su
día como solo puede un Moreíto Antonio, castigado desde siempre por ser tan su Moreíto.
–¿Balaustrada…? –Mecha siempre sería reina
en el centro de un mundo incomprensible para Moreíto Antonio. No es que no lo
viera, simplemente inaccesible, no solo lejos sino que… mundos paralelos,
hubiera querido explicarle él a ella que era el sumum de la belleza y la
potencia femenina: su modo de sentarse, los muslos cuando se ríe, el descuidado
escote que perfuma desde la puerta misma y los rulos en ella tan naturales como
ella misma toda. También espontáneo su modo de ignorarlo formidablemente.
–No era desdén sino algo peor, porque no
exigía de ella ninguna expresión ni voluntad. Moreíto Antonio se presentaba una
y otra vez y asimismo ella olvidaba su nombre y su existencia hasta la próxima
vez en que se sentaban casi frente a frente y nuevamente tenía él que
presentarse y hacerse inútilmente el gracioso y soportar sin embargo ser
observado tras una especie de bruma inaccesible y esa sonrisa espléndida llena
de hoyuelos y ensoñaciones seguro no era para él sino para quien tallaba allí
de modo incomprensible pues Moreíto Antonio era un agudo observador capaz de
predecir muchas cosas misteriosas, y le hubiera querido decir, él no te ama. En cambio yo … soy capaz. Y también de hacer feliz a una
persona hermosa, de cuidar y adorar. Incluso como quien tallaba allí nunca
podría… entonces el Antiguo Tartamudeo volvía a aparecer y quien no se le reía
simplemente se aburría de su fatal desgracia…
Pero llegó el día de Moreíto Antonio.
claudia schvartz
Claudia Schvartz nació en Buenos Aires (1952). Escritora, traductora y editora, publicó Xímbala (1984), La Vida Misma (1987), Pampa Argentino (1989), Nimia (nouvelle 1993-2018), Tránsito es nombre (2005), Miyó Vestrini o el encierro del espejo (2002 Ed. Blanca Elena Pantin. Venezuela), ávido don (1999 y 2008)- que mereció Mención del Premio Nacional 2001- , Eólicas (2011). En 2015 publica El papel y su futuro, reunión de prosas. En 2018 presenta alcanfor, Poemas impugnados en 2019.
Participó en lecturas en diversas jornadas poéticas Compiló, en los años 90, las Antología Erótica y Nueva antología del amor (Leviatán).
Su poesía aparece también en Analectaliteraria, Cuarta Prosa y Octavo Boulevard sitios virtuales.
Editora responsable de Leviatán de Buenos Aires, desde 2002.
La foto es del Archivo General de la Nación Argentina. Foto Inv: 12396