miércoles, 30 de junio de 2010

POESIA SAHARAUI / EBNU MOHAMED SELEM ABDELFATSCH

POESIA SAHARAUI / EBNU MOHAMED SALEM ABDELFATSCH




MAÑANA


Vamos contando estrellas
al borde de la madrugada
y una vez más
-como casi siempre-
tu nombre aletea
sobre la inmensidad de los senderos
y se detiene en cada
pedazo de nuestra idea
y nos regala el aliento
de una tarde ya lejana.
Un hombre vuelve los ojos
hacia el fusil que duerme
y extiende sus manos
para tocarte
entre las amarillentas
hojas de la memoria
mientras vas coleccionando
las huellas de aquellos
a los que se les hizo muy tarde
para tomar el té
de la próxima mañana.
Acaricia al niño
y la inocencia sonríe
en sus ojos de arena.

Entonces un anciano murmura
¡Quizá mañana!

Más allá
allende la muralla
una mujer se asoma
a una ventana
tarareándole a tu cielo
la letra de una canción temprana
y cruzando la calle fría
alguien en nombre de dios
promete devolverte la luna
y tu te estremeces
con cada latido solitario
de una multitud que espera.

La eterna lágrima
enjuagas el rostro
que en la sombra llora.

Entonces un joven
A la noche susurra
¡Quizá mañana !
El viento de palomas
emprende el vuelo
la duna se abraza
a la ausencia del suelo
y desde el corazón
de cada puerta
una voz
de hombres y tumbas
se remonta al cielo.
¡Quizá mañana!

Ebnu
Mohamed Salem Abdelfatsch





 



Hijos del sol y el viento
Aún vivimos en las esquinas
de la nada
entre el norte y el sur de las estaciones.
Seguimos durmiendo
abrazando almohadas de piedra
como nuestros padres.
Perseguimos las mismas nubes
y reposamos bajo la sombra de las acacias desnudas.
Nos bebemos el té a sorbos de fuego
caminamos descalzos para no espantar el silencio.
Y a lo lejos
en las laderas del espejismo
todavía miramos, como cada tarde
las puestas de sol en el mar.
Y la misma mujer que se detiene
sobre las atalayas del crepúsculo
en el centro del mapa nos saluda.
Nos saluda y se pierde
en los ojos de un niño que sonríe
desde el regazo de la eternidad.
Aún esperamos la aurora siguiente
para volver a comenzar.

  



Ven




Ven a sentir la paz de la distancia
a contar las horas del exilio silencioso.
Ven a meditar sobre la gramática
de las hierbas secas de primavera.
Ven a sentir las caricias del siroco
en tu piel muerta.
Ven a besar el excitante polvo
de los caminos del viento.
Ven a escuchar los ecos del tiempo
en los ojos plateados de la memoria.
Ven a recordar juntos
el olor de la última lluvia.
Ven a sobar el vientre
de una cascabel grávida de palomas.
Ven a perseguir los espejismos
para saciar tu sed de vergüenza.
Ven a devorar las nuevas flores
que parió la ingratitud de las estaciones.
Ven a roer los huesos
que sobraron del banquete de la guerra.
Ven a beber el último vaso
del primer té de tu infancia.
Ven a escalar las alturas
de la añoranza perdida.
Ven a permutar tus dientes de leche
por los colmillos de la serpiente noctámbula.
Ven a mirarte el triste rostro
en el espejo de una mañana olvidada.
Ven con tus penas
Ven, incluso, con tus glorias. 
Ven a llorar
sobre la tumba de una madre
que llora eternamente
para que tú derrames una lágrima.







Hijos del sol y el viento

Aún vivimos en las esquinas
de la nada
entre el norte y el sur de las estaciones.
Seguimos durmiendo
abrazando almohadas de piedra
como nuestros padres.
Perseguimos las mismas nubes
y reposamos bajo la sombra de las acacias desnudas.
Nos bebemos el té a sorbos de fuego
caminamos descalzos para no espantar el silencio.
Y a lo lejos
en las laderas del espejismo
todavía miramos, como cada tarde
las puestas de sol en el mar.
Y la misma mujer que se detiene
sobre las atalayas del crepúsculo
en el centro del mapa nos saluda.
Nos saluda y se pierde
en los ojos de un niño que sonríe
desde el regazo de la eternidad.
Aún esperamos la aurora siguiente
para volver a comenzar.