lunes, 8 de junio de 2020

Si fuese un río.../ Ana Cerri responde.../

Octavo Boulevard pregunta: Si fueses un río del mundo...¿cuál serías? y ¿por qué?
           Ana Cerri responde:


Si fuese un río y pudiese elegir mi destino de agua, sería un río subterráneo. Uno de esos que no se sabe dónde nacen y que, con transparencia anónima y oscura, llevan peces ciegos y rosados por oquedades y heridas en las piedras. Uno de esos ríos que no saben de luz, de redes, de anzuelos ni de barcos encallados. Uno esos ríos que le dan de beber a las raíces que se filtran como lenguas entre las piedras y que a veces, como al descuido, se asoman un instante a la fresca penumbra de algún bosque para volver, con la prisa de lo anónimo, al lecho y su laberinto de peces ciegos y transparencia oscura.





Ana Cerri. Rosario, Periodismo y Ciencias de la Comunicación. Escritora, traductora, lectora empedernida. Libro: Límite Oeste.





Para el tema de ríos subterráneos se puede entar en 
"La aventura del saber" : El agua invisible https://www.rtve.es/alacarta/videos/la-aventura-del-saber/aventura-del-saber-13-10-14/2804786/#




                                         

Si fuese un río.../ Ezequiel Wolf responde.../

Octavo Boulevard pregunta: Si fueses un río del mundo...¿cuál serías? y ¿por qué?
           Ezequiel Wolf responde:

Si yo fuese un río cuál sería…
Pienso y me miro al espejo, y veo un hilo fino que surca grietas del olvido y sonrío.
Me digo con voz alzada pero sin sonido que si fuera un río, sería uno que al fin sea lo que pasa y lo que nos pasa. Uno que arrulle lo que cada tanto nos toca, y nos provoca, y nos trastoca.

Si yo fuese un río sería un río fresco serpenteando bocas, un río vivo y orgánico como un vino. Intermitente e impreciso, (dis)funcional a mí mismo. Un río frac-tura-ble y di-se cable, un río sorpresivo.

Si yo fuera un río sería uno festivo y camaleónico, por momentos convulso y confundido. Un río de corrientes a veces tersas y revueltas. Un río que su superficie, desde lejos, luzca de aguas negras.

Si fuese un río sería uno que, a veces, se aquieta y que en sus orillas reseca algunas historias en la tierra y que borronea las huellas antes de hundirse del todo a los humedales, y por eso sus costas se embarran, y agrietan cuando gotas rebrotan sus partes secas y conectan con otras aguas quietas.

Si fuera un río sería uno en el que puedan bañarse con heridas aún abiertas porque no arderían ni de más ni de menos. Un río en el que el placer de caminar desde los bordes palpe con los pies, y los dedos hagan juego con el suelo removiendo deseos quietos, y las manos se hundan en el barro amarronado de los años, y sin embargo barrerlo sea también barrenarlo, drenando algunos duelos.

Si fuese un río sería uno en el que navegar fuese como hacer burbujas con la respiración de o el aliento de los labios.


Si fuera un río sería uno que apoye donde la cabeza, en cualquier suelo, sepa que a pesar de todo siempre desemboca en el Río Paraná. 







Ezequiel Wolf nació en Baires, en 1985. Es un palabrista, radiohablante y militante del Caféconleche que todavía escribe a mano. Publicó la novela Retazos en la casa del viento (2009) y varios poemas editados en antologías. En 2019 publicó su poemario Mientras tanto (Indómita Luz). Actualmente se encuentra becado en Hungría estudiando Filología española y Lenguas Romances en la Universidad de Szeged, mientras trabaja en sus próximos dos libros: Textuales2020 y Sobre20canciones21ajenas.

https://www.facebook.com/WolfEzequiel

https://www.youtube.com/user/ezewolf 

@pedrito.miller




Fotógrafías de
Juliana Mandolesi
@lapoesiaviva

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Ph Juliana Mandolesi




Ph Juliana Mandolesi

lunes, 1 de junio de 2020

Si fuese un río.../ Edgar Vidaurre responde dialogando con "El río hondo, aquí" de Elizabeth Schön

Octavo Boulevard pregunta: Si fueses un río del mundo...¿cuál serías? y ¿por qué?
           Edgar Vidaurre responde:



Si yo fuera río.

El Río es todo y todos somos un río. Yo tengo un río dentro de mi, y a la vez muchos ríos confluyen en mi adentro. Todo es el río y el río lo contiene todo. Esta epifanía, esta verdad, está contenida en el libro "El Río hondo, aquí" de Elizabeth Schön...He aquí entonces la crónica anímica de dicha epifanía.




Del río hondo aquí



“El gran Tao es río que se divide para volver luego a juntarse
Se divide de izquierda a derecha
Los diez mil seres viven de Él y Él a nadie se niega
Obra y no pregona su obra
Viste y nutre los diez mil seres y no se enseñorea de ellos
Su perpetua falta de ambición lo hace parecer pequeño
Pero al no enseñorearse de ellos, los diez mil seres vuelven a Él y se hace grande”.
 Capítulo 34 del Tao Te Ching


           
Yo estoy aquí, en el borde. Cierro los ojos y las puertas para empezar a ver la hondura del río, su profundidad oscuramente luminosa y secreta. Mas, ¿cómo conocer su rostro en este aquí, cómo saber si ese presentido rostro es el de ella –su esencia-, cuándo aún no alcanzo a tocar su centro oscuro, primigenio, de necesidad y empuje?, ¿cómo penetrar en su cuerpo doble de aguas fluidas que son y no son, que expresan toda la posibilidad universal y al mismo tiempo el flujo y reflujo de las formas?. Quién es este río que en su hondura contiene de manera co-idéntica la fuerza abstracta y la fuerza conformante, la materia pura y la materia visible, la energía y la forma, lo intemporal y aquello que viaja con el tiempo, y a ella que con su aliento vital penetra al mundo con su infinita alternancia?. Y dónde está, dónde comienza y termina este río?. Aguas que corren hacia todos los horizontes posibles e imposibles abajo, e igualmente río arriba con sus aguas purificadoras que caen, aguas cambiantes, claras, turbias, sin perfiles, anchas, iridiscentes, arremansadas hacia lo permanente. Pero es aquí, ahora, sobre ese mismo río, donde las pupilas entran para cerrarse… y descubrir.

Y descubrimos a Ulises, lanzando sus anclas hacia lo más hondo de las aguas y a sus proas iluminadas por el tejido cósmico de Andrómeda, la tejedora de arriba, la que gira mostrándole el camino, haciéndole la piel combatiente. Símbolo de un hombre que con su fuerza de hombre trata de remontar la fuerza más allá del río –la fuerza del río está en su hondura-, perdiendo el cuenco para ser arrastrado por las aguas. Luego, la pérdida de las aguas será sustituida por el amor y la del amor por la mirada. Comprender con el alma mirando al río que es un árbol y una vez perdido todo, iniciar la Gran Búsqueda: la renuncia de las flores, por el corazón del primer fruto. Fruto que por contener la semilla, porta también en su centro la abundancia desbordada de los orígenes.

Decido entonces desde aquí, zambullirme en el río, olvidar la otra orilla, la ribera opuesta. Para hacerlo, mojo primero las manos en sus aguas y escojo el lugar arremansado donde nacen las espumas, posando el pie en el primer peldaño de las aguas, de la corriente, hacia el principio, hacia el Ser, o ese árbol que de tantos frutos se va inclinando hasta rozar las aguas.


Peldaño este, bullicioso, más suave y limpio… amor de las aguas dejando a la raíz llegar al fruto hasta alcanzar los cielos, doblemente cielos grandes, pequeños… fruto este que al descender, arrastra el rastro del origen. Y yo,  el zambullidor, abro entonces los ojos a la hondura dejándome arrastrar por el blanco levantamiento de la corriente… y hay tanta inmensidad para decir que algo se alcanzó. Una cáscara se abre donde la corriente va y la raíz empieza. Empiezo el ascenso, abriendo también esta otra puerta dispuesta a abrirse sin más prisa que la que se pone al amar y seguir, para escalar el río. Pisar con el alma encendida cada peldaño de él, que siempre es igual a lo que nunca concluye… y el peldaño, salto de agua, espacio, irrupción, pie y empuje en amor de hombre y ala, entendiendo que si se quiere tocar la hondura primaria del principio, es imprescindible el vínculo entre los empujes acuáticos, yendo, retornando y la piel blancamente dócil de toda pulpa, límite o corazón de alma.

Y esto es lo que los ojos miraron: Primero la hondura, un eterno umbral sin nombre, lo invisible, lo inmutable, una oscura-luminosa-soledad en calma perpetua, el abismo, el vacío, la oquedad, la nada. Pero, ¿qué es lo que hace irrumpir este fluir de la vida y de la muerte? Qué desdoblamiento es este que penetra la existencia con su doble hilo oro-azul, este anverso y su reverso, este ascenso y descenso. El amor supremo es como el agua, como el río y en su centro ella con su vientre lleno de realidades. Y he aquí que el río pierde su alta trascendencia y se hace inmanente al mundo, al hombre, carne de su carne y hueso de sus huesos. El río es también entonces la madre, la madre del mundo, la hembra misteriosa. Este río que se entrega, se abre, se divide de izquierda a derecha en infinitos arroyos que volverán de nuevo y siempre al cause materno.

El río es la vida de los seres como “El verbo que es vida y luz para todo hombre que ha venido al mundo”. Mas no el verbo de San Juan que es revelado por un Dios trascendente, inasible, innombrable, inalcanzable. No ha sido el hombre quien desprendido de su cuerpo, de su aquí, de su ahora, inicie el vuelo para que su alma y sólo su alma se una con lo trascendente del ser, más allá de su entendimiento, de lo explicable. Es el río quien ha renunciado a la absoluta quietud de su inalcanzable trascendencia, para venir al mundo y aflorar en él, fluir con la vida, la existencia a través de la duración de esa vida, madurar y hacerse fruto para permanecer entre nosotros. El río es vida aquí, ahora. Vida cuya única revelación es aquello visible a la superficie, la fugacidad del relámpago, el tiempo de un fruto, la paciencia húmeda del secreto, la oscilación de un ir hacia el ocre rojo del retorno, la carga del fuego, la vendimia de rostros escarpados junto a miradas enterradas entre redes, radas y escalones desolados, la mudez de lo lejano, cercano, el esplendor de los pinos siempre en pos de un luego arriba y seguir, la sombra del peso, la carga de la paz, lo intemporal con su piel de agua, el viento, la lluvia y la espuma que riega plena de lo huidizo, entre el martillo del relámpago y el fruto que se va estableciendo.

La hondura del río aquí, en la espuma de su orilla. Fue entonces cuando vi también con mi cuerpo, a lo fértil de lo pasajero hacerse campo de raíces permanentes y al torrente del río que nunca se separa, dejar a la raíz regresar a través del fruto para alcanzar mis labios. Y si me tocara describir la permanencia, diría como la poeta: “Línea de lenta paciencia… rostro, huella, pálpitos cargándose sobre los hombros neblinosos del río… corriente que asoma en los espejos de las aguas, un rostro que llega y un aroma que si se desprende sigue inundándonos… suceso inalterable si las capas encendidas del corazón, permanecen en los centros abismales de la soledad”.

Pero, ¿cómo tocar desde aquí, desde esta plena y fluida fugacidad, el corazón de lo permanente?. El niño pregunta, la mujer contesta. El peldaño entonces se colma. He aquí a lo inefable. Lo inefable de azul-oro del relámpago, tendido, insisto, inviolable. La hoja solitaria, las espumas y entre ambas la corriente que no deja perecer a la raíz: vinculación inefable del río con la muerte… lo inefable vivo en la claridad de lo oscuro… junto al río con semblante de jamás separarse. Lazo inaprensible que no tiene forma ni nunca hace sombra. Vuelvo entonces a cerrar los ojos, y es mi alma la que se abre e inclina hacia el principio, conociendo así lo inexpresable: “esencia y existencia de la realidad absoluta”Es mi propia ella quien mira que en el espejo de las aguas arremansadas a la ella del río, estableciéndose entre ambas una unidad de vida. Así, me despojo de la realidad toda –lo oscuro y lo visible- pero no para que la realidad sea eliminada sino más bien iluminada, transfigurada por el corazón de ese fruto que trae consigo todo lo indecible, lejos de la razón, de la mirada. Mas en este aquí, en este ahora, en este cuerpo, en esta mano del hombre que sostiene y se lleva a la boca deseosa el árbol todo con el fruto, también hallamos lo inefable. Es la realidad en su conjunto, presente aquí, en todo su esplendor ante nosotros, sin necesidad de expresarse ni de explicarse, absoluta pero fluida, mostrándose a sí misma y mostrándonos que lo permanente y lo fugaz son un mismo y maravilloso suceso. Cuerpo y alma unidos al río, envueltos ya apasionadamente en los motivos del amor, en los motivos del vuelo.

San Juan de la Cruz nos decía: “Que cuando las cosas divinas son en sí más claras y manifiestas, tanto más son al alma de oscuras y ocultas; así como la luz cuanto más clara es, tanto más ciega y oscurece la pupila”… Por su parte, Bergson nos dice que lo inefable es ese continuo religarse de Dios con el mundo, bajo un fluido vital que perpetuamente continúa el empuje creador de la vida, por el amor a lo creado. Pero la poeta nos enseña que lo inefable, también aquí, en lo inmanente, en la duración de su manifestación existencial, se muestra a sí mismo y no necesita expresarse. Entonces aquello que no puede ser expresado, encuentra su virtud más verdadera en el silencio.

La extensión del alma es el silencio. Silencio intacto tan necesario para la conciliación de los dobleces. Silencio que nunca se contempla por permanecer ligado a lo siempre puro y completo del Ser. Y en este blanco silencio, el río ya no me habla de retornos. Unido a él por la constante pasión de la raíz, encuentro la paz, el remanso iluminado. Lo cóncavo aquí, ahora, en mi propia duración, y en reciprocidad, mi mano generosa que se alarga para entregarle en el final del viaje, todo cuanto traje de voz, de cuerpo y de deseo. Así nunca se separa la vida del río. Es entonces cuando el río se vuelve casa para el hombre y el hombre casa para el río. Casa, donde el amor hace cálidas las paredes… la mujer, su voz, su siembra de uvas, su dolor de corrientes, sus senos de cuencas, caminos. Y en los cabos del silencio, la epifanía del mundo a través de la palabra que se hace cuenco de río, casa compartida que se alarga en su entrega, pues es ella quien le atribuye su estructura con un poder que va más allá de lo descriptivo. El mundo como contexto de la manifestación absoluta de la realidad, y el hombre que a través de la palabra se hace trascendente para así corresponder a la inmanencia amorosa de ese Ser, de ese río: La palabra es la casa del Ser. La salvación nos llega entonces desde allí: en el río con la ribera de tu casa. Luego, los hilos empiezan lo asombroso.

Un solo hilo doble. El hilo oro de la casa en el hilo azul de los buscadores, entretejiendo a la hondura de allá, con la luz madurada del sol en el corazón de las manzanas. Hilo de la hoja, del sueño, de la piel, de lo débil, de lo dulce. Hilo del ave, del vacío móvil de los valles. Hilo de la sangre, de la luz y el hilo de los hombres entre las casas, las penumbras y una laja blanca en el amanecer. Hacia dentro y hacia fuera, para que prosiga el goce de la vida, los espacios íntimos de la voz en canto-sol-libre.

Lanzo mi voz en canto-sol-libre como una red sobre las aguas extendidas del río. Voz entretejida a la voz de una mujer que me mira también con el azul oro del río, junto a las aguas claras que arropan el balcón de la casa, de esta casa blanca. Solo una mujer anudando los hilos de lo inmanente y lo trascendente de un tejido inefable para que el hombre lo vea. Canto de regocijo al entender lo inexpresable también aquí, ahora: La raíz y el fruto unidos por el deseo de mi boca.

En el fondo de la red esta visión: El río puro y completo, río este, nuestro, hondo, que da la casa, el pan, el agua: prolongación de redes. Únicamente él dejando ser y el sendero del viaje de un hombre para anclar y alcanzar los hilos indetenibles tejidos por la siempre ella. Callada cruz de las aguas donde los hilos se ensartan a la voz, al corazón y a cada hombre del río hondo aquí, nuestro: Ser.




NOTAS :
"El río hondo, aquí" es un libro de poemas que Elizabeth Schön publicó en el año 2000, casi a sus 80 años.

Elizabeth Schön nació en Caracas en 1921 y murió en el 2007.
En 1953 publicó su primer libro.
Poeta, dramaturga y ensayista. En 1994 recibió el Premio Nacional de Literatura.

El libro " El río hondo, aquí"  completo aquí ,en PDF, editado por edit. Diosa Blanca, pueden leerlo siguiendo los enlaces :





 Edgar Vidaurre, nació en Caracas el 5 de diciembre de 1953, abogado, pianista, escritor y licenciado en filosofía. Integrante de los talleres del poeta Alfredo Silva Estrada y de los talleres libres con las poetisas Elizabeth Schön e Ida Gramcko. En el año 2006 obtiene el diplomado en teología de la Universidad Monteávila de Caracas.
Autor de los libros de poesía:
- La resurrección de los frutos (1993)
- Poemas de la tierra (1995)
- La fugitiva (1996)
- La séptima Rosa (1996)
- El lugar más sosegado de la tierra (1997)
- Panayía (1998-1999)
- El lamento de Ariadna (2002-2004)
- Diario de un Piano Abierto (2006-2019)
- El diario de Kabir (2008)
- El pié de la doncella (2013)
- Al este de la melancolía (2018)
- La ciudad de Awan (2018)
Desde el año de 1989, es colaborador y coeditor de la Editorial Vertiente Continua del Poeta Alfredo Silva Estrada, y director fundador del Fondo Editorial Diosa Blanca. Profesor y conferencista del Centro De Estudios Junguianos de Caracas. Profesor de literatura hebrea e inglesa en la Universidad Metropolitana de Caracas. Actualmente Presidente de Círculo de Escritores de Venezuela




Elizabeth Schön fotografíada por su esposo, el pionero de la radiodifusión venezolana, Alfredo Cortina