BERENICE VAZQUEZ ROMERO /
AMORTOXINA Y OTROS POEMAS
AMORTOXINA Y OTROS POEMAS
Amortoxina
Su corazón es un hongo rojo
con manchas verdes y amarillas,
venenoso al tacto,
fulminante.
Por eso lo contemplo de lejos
“Todos los hongos
son comestibles,
algunos sólo una vez”
Henry “Groucho” Marx
Temporal
Levanto la cabeza, veo una nube negra
invadiendo el cielo desde lejos.
El inconfundible signo tuyo,
adentrándote, sigiloso.
Le soplo a una mosca que embriagada
de fragante basura habla de lo eterno.
Imagino qué hay detrás del muro;
tu nombre, atestado está el horizonte de ti.
Siento una estampida de gigantes en mi pecho.
Sonrío, te maldigo.
Entonces aplasto a la mosca con furia desmedida
en mi soliloquio.
Sé que en las noches me codicias,
sé que la luz nos lacera cuando aullamos
cada uno por su lado.
¿Qué es esta lejanía sino veneno?
todo es, menos olvido.
Regreso mi vista dentro del muro,
ya la tormenta cae de la nube
mojando este patio gris.
Y yo sigo aquí,
ladrándole a las sombras,
riendo de vez en vez.
El viento entra
como hechicero
por la ventana,
inunda el olor a sal,
mar del pacífico.
Le reconozco, es él
aire sabio hilando el infinito
o ave nocturna picoteando.
Los planetas de sus ojos
me miran,
no advierten que soy bruma
y les distingo en la noche.
A veces
es un destello escondido
que me ocupa plenamente.
Oh! mi señor,
no temo ponerme a sus pies,
sé que usted es el cuervo,
el más negro y brillante,
el más hábil y dulce
para devorar mi corazón.
Columna
Y fuiste la niebla de los lagos
derramándose espesa
a la orilla en la montaña,
la pupila amarilla del cuervo
cerrándose antes de morir,
fuiste la ninfeta que huyó
desnuda hacia el bosque
para anudarse al viento y no soltarlo.
Erguida en la columna te recuerdo:
un canto violento agitaba
las pálidas hojas;
perdida en la pesadez
embelesada en lo irrepetible,
elevándote.
Diosa robusta de altanero pubis,
yo recuerdo la bruma,
y tu carne toda.
A Ofelia la importaba un pito Hamlet
Ofelia no se cayó de un sauce, ni se ahogó, ni murió patética de amor como dicen las malas lenguas. Ese día Ofelia caminaba por el bosque con un vestidito de lino y encaje verde,
debajo no llevaba mas que dos cubre pezones de color iridiscente;
más adentro llevaba siete líneas de cocaína y medio litro de láudano corriendo a torrentes por sus venas.
Mentira que estuviera loca. Mentira que amaba a Hamlet. Él era un rufián vengativo malísimo para coger y hacer versos.
Ella solita se metió al agua, por puro gusto se dejó llevar por la corriente mientras cantaba
“The Passenger” y se frotaba los blanquísimos muslos. Las flores que va soltando—margaritas y orquídeas— no son ofrenda. Estaban podridas y las dejó como símbolo de que hay cosas bellas
que no sirven, que perfuman y luego se pudren.
Y sí, su vestido se embebió de agua hasta sumergirla, pero lo que no se dijo fue que al llegar
al fondo, se encueró de ropas y banalidades; y decidió quedarse ahí. Desertó de la muerte
y juega atemporal en el agua oscura dando volteretas, oriunda de la luz y la sombra.
Luego, todo mundo se agarró del romanticismo ficticio para hacerle pinturas, poemas y mamadas de esas, haciéndola mártir.
Pero yo estoy aquí para contarles la verdad: a Ofelia, a Ofelia le importaba un pito Hamlet.
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