Cosas
de viejos animales
(Del
libro inédito “Carga, adelante, vamos”)
Dedicada
está esta maraña de letras a un tío mío que más que tío era un pato y como pato
que era tenía las plumas untadas de aceite, de modo que flotaba siempre sobre
cualquier superficie y por consiguiente estaba prohibido bañarlo con detergente
cosa que de todos modos se hizo y ahí se le arruinó la vida.
Cosas
de viejos animales sucedían en el corral que venía a ser la casa de mi familia
en donde si bien no nací hube de criarme junto a pollos, lechones, corderos,
pichones de víbora, siendo yo depositado en el rincón de los reptiles por
descubrir pero más antiguos que todos los limones que abundaban en la finca y
que consistían en la única fruta comestible y que había que comer.
Cierta
vez mientras me comía los piojos fui atacado por la vaca y sus hijos a causa de
la alergia que profesaban y aún sostienen los vacunos a todo parásito que no
sea garrapata, bestia sanguinaria que soportan con la mayor atención y que por
el contrario son odiadas por los perros los cuales son capaces de devorarse su
propia piel con tal de sacarse esos monstruos de su vida.
En
la escuela entrenábamos toda clase de alimañas unas ya caminando otras reptando
gateando otras todavía eran huevos a los cuales tomábamos de punto y pateábamos
en nuestro fútbol que consistía en embocar en el arco de uno que defendía en
cuclillas aún sabiendo que su posición era indefendible y dos por tres un huevo
hacía blanco en un ojo y en el ojo era que el pollo nacía.
De
la miseria del atuendo en que viví no queda más que un cuerno ornamental que
sirvió alguna vez como mástil de mis trapos que iba renovando a medida que
dejaban de existir, habiendo de pasarme épocas de puras hilachas con las que
debía enfrentar no obstante a las manadas de camellos en las cuales militaban
mis antiguos amigos del jaulón. egresados junto a mí de la escuela elemental
para burros, aves y otras bestias sin especie.
De
qué materia están hechos los pavos, las batarazas, las mulas, los escuerzos,
las monas, nunca me pregunté, aunque conozco la pasta íntima de gran variedad
de materia viva a la que acostumbro a honrar desde que nací, porque no me
alimento de otra cosa que de aquella pulpa variable de las almas que en pena
piden asilo en todo cuerpo viviente, se encarnan por acuerdo o a la fuerza y al
final son echadas a la calle en donde echan a correr para saltar sobre
cualquier especie que se mueva y allí estaría yo.
Nosotros
perseguimos a los monos y los monos se montan a los perros y los perros
corcovean y dejan por el suelo a los jinetes, caderas rotas, varias lesiones
que descubren a tales monos como falsos, monos disfrazados de monos, pero los
perros también actuan de perros y nosotros de nosotros y así nos damos corte en
el corral, sobre la paja, a orillas del barro, a metros del tambo, en donde
trabaja la vaca mala, dando leche a la fuerza, a pesar de que hace tiempo que
no tiene mamón.
Cuando
la cola del potro ficticio se tensa por obra de manos que se dejan arrastrar al
galope sobre pampa rasa, lastimado por abrojos, herido por cardos y puntas de
cuchillos olvidadas por matreros en fuga, por quién, por qué, mordido por
vizcachas, picado por abejas, taladrado por chimangos, quemado or el sol, el
que va tendido sabe que hay formas de morir que mejor sería enterrar.
Eran
más ffelices los pollos que los patos, aún famosos ardían en brasas, crujían en
las quijadas de un can, que luego gemía en sueños, despertando al gato, a la
araña, al asno, al erizo, al cordero, a los patos por fin, que hacìan alboroto,
por nada, por un poco de ruido, por un rumor en cadena, último estertor de los
pollos, en boca de un perro, así eran los patos, que nunca estaban contentos,
siempre alguna cuenta pendiente.
Cuando
trotábamos por nuestra vereda nos pasaban los rinocerontes, las aveztruces, las
jaurías de dingos, las manadas de antílopes, los gatos que perseguían palomas,
las torcacitas, la mar en coche nos pasaba por encima y comenzábamos a nadar
para arriba para alcanzar la superficie y comprobar que en efecto habíamos
quedado últimos por obra y efecto de las trampas que no habían jugado la masa
de animales que en tropel inventaban competencias por el sólo gusto de
humillarnos.
Vamos
a arreglar cuentas con las chacras que escudadas en su bajo perfil escondían
bajo tierra tubérculos que nadie había visto pero anunciaban a cada rato la
venida de la papa de oro, la batata
imperial, la gran remolacha del cielo, y sólo recibíamos pepitas, pepitas de
papa, o los restos de la comilona que por debajo se daba la fauna subterránea,
compuesta en especial por anélidos y otros apellidos más oscuros.
¿Qué
hacían cuando los llamaba la marta, o cuando el geko los ponia en caja, o
cuando el mandril les daba un chirlo, o cuando el erizo les tiraba un petardo,
o cuando les olía el traste un pangolín?
Se escondían detrás del uro,
le insultaban para que bufe:
PARA QUE EL URO SE HAGA EL CABRO
David Wapner nació en 1958 en Buenos Aires, ciudad
en la que vivió hasta 1998, año en que emigró a Israel.
Es poeta, narrador,
dramaturgo, músico, cantautor y artista visual.
Colaboró y participò en las revistas Humi, Anteojito, Billiken, La
Nación de los Chicos, La Masmédula y La Trompa de Falopo, entre otras
publicaciones.
Entre los años 1996 y
2006, dirigió el tabloide “Extremaficción” y su continuidad, el e-zine
“CorreoExtremaficción”
Entre sus libros, muchos de
ellos para niños, se encuentran:
Bulu-Bulu,
El otro Gardel,
El
Águila,
Tragacomedias-Sacrificciones,
La noche,
Interland,
Violenta
Parra,
Algunos son animales,
Canción Decidida,
Los
Piojemas del Piojo Peddy,
Una novela de mil páginas,
Icaro,
Pajarraigos, Inspector Martinuchi, Pequeña Guía
de La Gaturbe, Mardablogues, Perrupagia Amoghino
Búnfeld, La Guía Ne(c)sia, Cabía una vez y Un
auto en dirección hacia, entre otros.
Ganó en cinco ocasiones el premio
“Destacados de Alija” (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de
Argentina( y el “Los Mejores”, del Banco del Libro de Venezuela, por sus libros
para niños.
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