domingo, 16 de noviembre de 2014

EDGAR VIDAURRE / LA LUZ DE LA VELA

EDGAR VIDAURRE









Autorretrato


Un contraste de luces y de sombras
Donde sobresale una nariz y la imagen de una pena antigua
El ceño fruncido a propósito (no se vaya a notar la plenitud)
Del resto no se puede decir mucho…
Sólo los ojos que brillan
De tanto mirarse por dentro







Für Alina 


Una ventana abierta
Lejos de los muros y de las paredes
Sólo esta ventana abierta
Ella no vendrá
Porque el pensamiento es una flor blanca
-margarita que persiste en el jardín-
Como el recuerdo de su mano
Pequeñas cosas de tierra
Y esta onda de agua apenas perceptible

No volverá a sucumbir
Sobre el perfume de los prados
Porque ella ha amado demasiado
Hela aquí mezclada con el aire
No visible a los ojos del cuerpo
Sin palabras...sin palabras







El Instante de la rosa

Las vidas se cruzan. 
Estremecimiento de las aguas
Que traspasa las miradas
Tú no sabes por qué está aquí 
aunque lo hayas esperado toda la vida
Pero no te importa. Es aquí, 
Justo en el borde donde percibes el olor de su corazón inalcanzable
Esa rama humilde pero intensa que se despliega en la belleza 
Y su sombra en el medio de tu rostro
...Este es el instante de la Rosa.










La luz de la vela


El rostro abajado, los hombros suavemente incrustados en la penumbra. Ella me pregunta que es la diafanidad. Esa cualidad de algunos cuerpos para dejar pasar la luz. Más abrirse a la luz no es un oficio o una actitud. Porque como decía el poeta "vivir es iluminar". Ella en cambio se abre en la sombra para que yo la ame. Y hay algo que relumbra en ese momento infinito. No, no es la transparencia. Es el fulgor. Y el alma tiembla entonces como la luz de esa vela.





“Nos movemos al ritmo de las olas”



la oscilación, ese llegar y retirarse para luego volver, es (y ahora lo comprendo) el amoroso ritual que hace la ola para humedecer la orilla y mezclar la sal de todas las espumas. Hoy evoco a esa mujer-mar. Ella me pregunta  que es el mar y yo no puedo responderle… puede que el mar esté en esa lágrima sobrevenida desde lo más hondo, o como decía el poeta “una ola y otra ola y otra deshaciendo su cuerpo contra mi cuerpo. Entonces es el mar es una caricia, una luz mojada en la que despierta mi corazón reciente…”  Tal vez el mar sea ese beso de sal, o la brisa que nace de tu boca entre-abierta, para soplar su secreto justamente en el cabo donde duermen en la noche, todas mis barcas…también el mar puede ser este miedo a naufragar, a perderlo todo de nuevo el naufragio, esta parálisis. Pero sobre todo el mar es este viaje de regreso al origen, el retorno. No, el mar no es una nube, ni una lluvia, ni un río. El corazón del mar guarda un secreto antiguo e insondable como el de una mujer cuando cierra sus ojos y sonríe. El mar es esa mujer que uno ama en el umbral de la luz y de la sombra… mujer oceánica, sobre el pecho del atardecer, haciendo que el mar vuelva a ser gentil, íntimo y mío. Un sueño marino enredándose a mi vida como cabello entre mis dedos…el mar ese rumor que nos hace oscilar acompasadamente con las olas. El mar, es el amor murmurando su promesa




Una mujer desnuda...


Una mujer desnuda es como la noche… allí lo terrestre se vuelve astral, recobra su cualidad de universo. Así, cuando ella emerge de la noche, con su desnudez, esa luz solar que nos enceguece, se apaga y aparece ese otro brillo que pertenece a la sombra más reveladora, una verdad despojada y abierta que nos devuelve al paraíso. Una mujer desnuda no es como la flor, que se abre a la luz, pero solo vislumbra su promesa. Una mujer desnuda es como el interior de esa fruta madurada, en cuyo centro se produce la consumación final del ciclo luminoso, el misterio contenido de todas las dulzuras… cuando una mujer te dice al oído: voy a despojarme para ti, desnuda, todo lo visto con los ojos abiertos se revoca y entonces ella se convierte en tu destino irresistible, inevitable. Una mujer desnuda es también como la tierra soñada, esa tierra que parece inalcanzable e interminable, cuyos límites son sus extremos suaves de mujer de donde nunca, nunca quisieras salir. Una mujer desnuda es un paisaje único y plural, lo inefable al alcance de los labios y las manos, una mujer desnuda es un paisaje único, movible y oceánico… conchas marinas, palmeras oscilando con el viento, estrellas de mar que solo se pueden ver son los ojos cerrados, en esa oscura belleza que guarda la densidad de su cuerpo. Hoy, cierro mis ojos al mundo visto con los ojos a la luz, para evocar a esa mujer desnuda y sus paisaje nocturno, oceánico y movible…después de descubrir con asombro y delicia, dónde está, dónde queda en esos espacios amables de su cuerpo, la ventana para ver semejante paisaje…

















Edgar Vidaurre, Caracas-1953.


Pianista y escritor con estudios de filosofía y teología 

cristiana. 

Premio Internacional de literatura Rafael Pocaterra 1996, 

Menciones en la Bienal Augusto Padrón de Venezuela y 

Fernando Rielo de España 

en el renglón poesía. 

Director fundador del Fondo Editorial Diosa Blanca, 

editorial alternativa artesanal de 

poesía, esencialmente de voz femenina. 

Conferencista del Centro de Estudios Junguianos de 

Caracas. 

Actualmente presidente del Círculo de escritores de 

Venezuela.

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