jueves, 1 de agosto de 2013

DAVID MINAYO

DAVID MINAYO
 
BERLIN

 
Abril del cuarenta y cinco.

Un niño corre por las calles de Berlín.

Le persigue la muerte

atornillada a la culata de un Tokarev.

Al doblar una esquina

tropieza con el cuerpo de una princesa.

Los zapatos le huelen a sangre.

La camisa me apesta a sudor.

No recuerdo el punto de partida.

No me importan las balas ni los porqués.

Sus ojos se apoyan en el cadáver

de la forma en que busca un poema

su instante perdido.

La ciudad es un esqueleto rodeado de alimañas,

un callejón sin salida.

Despacio, como el amante inadvertido,

se arrodilla junto a ella, coge sus manos

y pienso:

«la vida, como el amor,

merece un final distinguido».

Llegan los soldados: él no se mueve.

No le importan las balas ni los porqués.

No recuerda la cara de sus padres,

el niño que era, el punto de partida.

Igual que un árbol apagando sus llamas

en aire caliente,

se pierde en el cuello de la muchacha.

Los rifles, colmillos de Stalin,

escupen su muerte y olvidan

que fueron humanos.

El grito de una sirena incendia la habitación.

Apago el televisor. Me rindo

al oscuro placer de estar solo.

Al final del trayecto guarda el pasillo

su vieja emboscada.

Berlín lleva muerto más de sesenta años.

Tú y yo

apenas unos meses.


 DAVID MINAYO, 2011-13

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