JORGE AULICINO
El zumbido del ángel
Era inútil que recorriera los museos, las muertes
vestidas de mujer, sus vestimentas grises
y el graznido aprendido en las rocas del Hades,
aquel país donde el cielo poblado de ruidos
les enseñaba desde temprano a graznar.
Pues, ¿qué podían saber aquellas mujeres
sino anunciar el fiero pasaje con gritos?
Y el Sacrificio, una y otra vez,
Pedro, Esteban, Santiago, Prometeo,
como si el error o el exceso no fueran
las grietas adecuadas para descender al Río Tormentoso.
¿Habría de aprender a graznar? ¿Habría de entrenar
el espanto y entregar su óbolo de sangre?
¿No había dios en él? ¿No había mapa
dibujado en las maderas de las naves que se hundieron
en el deslinde entre el mundo de la calle y el torbellino?
Búscalo más allá, en las manadas, en los estallidos:
la voz resonaba en el laberinto de imágenes de mortificada carne.
Y vio las cigüeñas sobre los techos, y el agua
que se arrojaba a los cauces de la montaña,
y en el delirio de las rutas y las autopistas,
y en la estela de humo de los aviones, y en los hornos
y la soldadura eléctrica descifró un mensaje que calló con él.
Otros los habían escrito con inconscientes abismos;
habían doblado el hierro y alzado el cemento, aplastado hortigas,
galopado contra los ponientes sin propósitos plásticos;
sonámbulos que reían o eran avasallados en el desayuno
por el inconmensurable presente; los que trabajaban sin ideas
precisas, componiendo el estruendoso hoy, siguiendo
planes, ejecutando órdenes, holgazaneando, muriendo.
Mírate en su obra, dijo la voz en los pasillos.
Mírate en el confuso mapa de la obra. Ignoran
si iluminan el plan de Dios o sólo elaboran confort
y cuevas y rutas de caza, y si sobreviven o reinan,
si son unos o todos, si el libro los escribe o es escrito,
si se externan y exilian o avanzan hacia ellos; si vencen
el tiempo que han creado para medir su propia angustia,
si es trabajo lo que hacen o es la vida, lo que llaman vida
y su tejido profundo en el que suenan otras botas,
otras pisadas afelpadas, otros zumbidos
y construcciones, y donde otros trabajan de modo semejante,
pero con un sentido inequívoco, pues sobre su altares
vuelan criaturas de carne y hueso y de ojos certeros.
de "Máquina de faro"
El zumbido del ángel
Era inútil que recorriera los museos, las muertes
vestidas de mujer, sus vestimentas grises
y el graznido aprendido en las rocas del Hades,
aquel país donde el cielo poblado de ruidos
les enseñaba desde temprano a graznar.
Pues, ¿qué podían saber aquellas mujeres
sino anunciar el fiero pasaje con gritos?
Y el Sacrificio, una y otra vez,
Pedro, Esteban, Santiago, Prometeo,
como si el error o el exceso no fueran
las grietas adecuadas para descender al Río Tormentoso.
¿Habría de aprender a graznar? ¿Habría de entrenar
el espanto y entregar su óbolo de sangre?
¿No había dios en él? ¿No había mapa
dibujado en las maderas de las naves que se hundieron
en el deslinde entre el mundo de la calle y el torbellino?
Búscalo más allá, en las manadas, en los estallidos:
la voz resonaba en el laberinto de imágenes de mortificada carne.
Y vio las cigüeñas sobre los techos, y el agua
que se arrojaba a los cauces de la montaña,
y en el delirio de las rutas y las autopistas,
y en la estela de humo de los aviones, y en los hornos
y la soldadura eléctrica descifró un mensaje que calló con él.
Otros los habían escrito con inconscientes abismos;
habían doblado el hierro y alzado el cemento, aplastado hortigas,
galopado contra los ponientes sin propósitos plásticos;
sonámbulos que reían o eran avasallados en el desayuno
por el inconmensurable presente; los que trabajaban sin ideas
precisas, componiendo el estruendoso hoy, siguiendo
planes, ejecutando órdenes, holgazaneando, muriendo.
Mírate en su obra, dijo la voz en los pasillos.
Mírate en el confuso mapa de la obra. Ignoran
si iluminan el plan de Dios o sólo elaboran confort
y cuevas y rutas de caza, y si sobreviven o reinan,
si son unos o todos, si el libro los escribe o es escrito,
si se externan y exilian o avanzan hacia ellos; si vencen
el tiempo que han creado para medir su propia angustia,
si es trabajo lo que hacen o es la vida, lo que llaman vida
y su tejido profundo en el que suenan otras botas,
otras pisadas afelpadas, otros zumbidos
y construcciones, y donde otros trabajan de modo semejante,
pero con un sentido inequívoco, pues sobre su altares
vuelan criaturas de carne y hueso y de ojos certeros.
de "Máquina de faro"
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