jueves, 12 de julio de 2018

ARANZAZU DE ISUSI / UN CUENTO de BENDITAS LUCIÉRNAGAS

                                                
CON PERMISO DE NATALIA

    Aquel día bebí demasiado durante el almuerzo. Después recogí a Natalia y procuré no hablar mucho para que no sospechara. A Natalia no le gusta verme borracho; ni siquiera un poco. Teníamos entradas para una obra de teatro. A mí no me entusiasma el teatro pero de vez en cuando se empeña en que debemos hacer planes juntos y yo voy, algunas veces algo borracho, pero voy. No me gusta discutir con ella, al fin y al cabo es mi mujer y, a mi manera, la quiero.
   Llegamos en hora y una vez dentro le dije a Natalia, usando el menor número de vocablos posibles, que tenía que ir al cuarto de baño. Me costó unos minutos discernir cuál era el de caballeros y me decidí por la puerta de la derecha, la correcta. Me quedé un largo rato mirando la pared, me mojé la cabeza, me peiné hacia atrás y, al fin, me vi listo para salir. Tomé el pasillo de la izquierda y de pronto me encontré entre actores con peluquín y barba falsa, actrices con pestañas postizas y trajes de ceremonia, supuestos testigos de boda vestidos con chaqué y maquilladores provistos de brochas y coloretes. Discutían. Por lo visto faltaba el novio y era imprescindible para la primera escena. Me quedé escuchándoles por un momento y entonces decidí preguntar a una chica que vestía de novia cuál era el camino hacia el patio de butacas. Natalia estaría preocupada y yo no sabía volver. La chica, a la que 20 llamaban Inés, me miró y dijo que me parecía mucho a Roberto, que era un tipo muy guapo y que podría hacer de novio. Sin mucha voluntad, me dejé poner un bigote finito y peinar con gomina. 
    Salí a escena como un novio primerizo y crucé varias sonrisitas con Inés. Después, me casé. Fue una ceremonia entrañable; todo hay que decirlo. Corté con Inés una tarta llena de corazones de caramelo y bailé el vals a pesar de que todo me daba vueltas. Vi cómo se alegraba el público y es que al público le encantan las historias de amor. Les miré con poca profesionalidad, sonriendo bobamente y, por un instante, traté de localizar a Natalia pero las figuras se mezclaban unas con otras. Seguramente mi boda no le estaba sentando bien. 
    Después, nos fuimos de viaje de novios a Positano y fui muy feliz. Recorrimos la costa en un barco y pasamos una noche en Capri. Yo estaba tan concentrado en mi luna de miel que no volví a buscar a Natalia entre el público. Fueron días de vino y rosas, como dicen los cursis, que a mí me hacían mucha falta. Al fin y al cabo, mi vida era un gran aburrimiento y hay que reconocer que una luna de miel anima mucho. Pero todo lo bueno se acaba y, después de quince días, volvimos a Madrid. 
   El público celebró con nosotros la entrada en nuestro apartamento y comenzamos una vida de recién casados. Me levantaba temprano y preparaba el desayuno para Inés. De algún modo, percibía la envidia de las mujeres de las primeras filas y las miradas que de refilón dirigían a sus parejas. No quise imaginar lo que estaría pensando Natalia a la que jamás preparé un café.
     Durante la jornada, Inés y yo, nos escribíamos mensajes de amor y al salir del trabajo paseábamos cogidos 20 21 de la mano por los bulevares. A veces y animados por el calorcito de la primavera, nos apoyábamos en el maletero de un Golf o de un Fiat lustroso y nos besábamos como adolescentes. 
    Todo esto hasta que Inés quedó embarazada. Entonces las cosas cambiaron. Tuvo un embarazo muy difícil que siguieron al detalle las madres que ocupaban el patio de butacas y, por fin, dio a luz a un niño grandote y colorado al cual llamamos Nicolás. Y Nicolás fue creciendo. Todo parecía sonreírnos hasta que, sin previo aviso, me echaron del trabajo.
    Al principio, me quedaba en casa haciendo que limpiaba y viendo la tele, pero me resultaba un poco aburrido, así comencé a ir al bar y a beber desde primera hora de la mañana. Más de una noche desperté en la alfombra del vestíbulo sin recordar cómo había llegado. 
    Inés empezó a cansarse de mí. No soportaba mi olor a ginebra. Estaba tan harta que el día en que al entrar tropecé y se hizo pedazos un antiquísimo jarrón chino decorado con dragones y peces, me echó a la calle. Yo, que no tenía dinero, dormía cada noche bajo un puente distinto al abrigo de las Dracónidas, de las Orónidas o de las Leónidas.
    A veces pensaba en Natalia. Incluso estuve a punto de dedicarle algún párrafo desde el escenario para que viera que no la había olvidado. 
    Sin embargo, mi suerte cambió. Un día de noviembre, el famoso empresario de teatro, Cosme Abril, me encontró en una calle del centro. Me reconoció por mi gran papel de novio lo cual me halagó mucho. Mi actuación le había parecido magistral, sobre todo la vuelta de Positano. Ahí sí que me vio suelto, dijo. Yo le sonreí agradecido y él me 22 invitó a almorzar a su casa donde conocí a su mujer. Era una rubia de bote que en tiempos había sido corista y que se llamaba Madeleine, que es un nombre mucho más elegante que Magdalena. Fueron muy amables. Me dejaron ducharme en un baño de mármol con grifería dorada antigua y me asignaron un dormitorio dominado por una gran lámpara violeta. Viví unos meses junto a ellos. Seguí bebiendo como un cosaco, pero cuando estaba borracho me iba a la cama y esperaba a que llegara el nuevo día. 
   Durante estos meses, pasé mucho tiempo con Cosme y nuestra relación fue estrechándose. El mismo día en que me nombró supervisor de guardarropa de su nueva obra, nos hicimos amantes. 
   Yo evitaba mirar al público porque no quería ni pensar en la cara que estaría poniendo Natalia al verme en la cama con un hombre. Es probable que jamás quisiera volver a acostarse conmigo. Por otro lado, mis prejuicios hacían que me sintiera algo culpable ante la posibilidad de que mi hijo se enterara algún día de mis tendencias homosexuales. Pero todo discurrió bien, Cosme parecía ajeno a cualquier cosa que no fuera yo y plantó a Madeleine para poder vivir su amor conmigo. 
   Mi fuerza creció. Cosme me llevaba a los estrenos, me presentaba a los autores más influyentes, me invitaba a pasar el fin de semana en Venecia o a pasear por Estambul entre mujeres de pañuelos de colores vivos en la cabeza y hombres que miraban orgullosos sus cestos de peces plateados.
   Y yo me dejaba querer. 
   Con el tiempo, contagiado del ambiente, comencé a escribir obras de teatro. Eran obras que Cosme aplaudía y llevaba a la escena. Y así, entre bambalinas y lujos, pasaron los primeros quince años de vida en común. Me había 22 23 convertido en un autor más o menos célebre y Cosme era mi esbirro. 
    Mi actitud despótica me avergonzaba a ratos, pero estaba orgulloso de mi atractivo y de mi talento y era algo que el público, sin duda, percibía. Comencé a creerme un gran dramaturgo; creo que lo era. 
   Pero el tiempo no pasaba en balde y una mañana de pleno verano vi levantarse a Cosme y me pareció el títere más repugnante y seboso que podía imaginar. Sudaba y llevaba puesta una camiseta de tirantes que marcaba su enorme vientre y dejaba ver gran cantidad de vello blanco. Sin mediar palabra, le amenacé con abandonarle. Además, yo nunca había sido homosexual. 
    Aunque en su cara vi un sufrimiento infinito fui implacable.
    A la mañana siguiente recogió sus cosas y me dejó solo y sin un céntimo. 
   Me senté en un escalón de la entrada mientras se oía cierto murmullo entre el público. Me pareció que pensaban que lo tenía merecido y me dio pánico buscar a Natalia. 
   Traté de colocar una nueva obra que había escrito, pero ningún empresario la quiso. Entonces volví a beber, estaba borracho desde la mañana y no tenía dinero para pagar el apartamento. 
   Desesperado, al cabo de un mes llamé a Cosme y le rogué que viniera a verme. Se lo rogué llorando tanto que apareció una noche en mi casa. Llevaba un traje gris de raya diplomática y unos zapatos brillantes. Le recibí —todo hay que decirlo— con un pijama algo manchado de huevo, con legañas y despeinado. 
  Tuvimos una fuerte discusión y yo, que estaba borracho, le amenacé con un cuchillo de cocina. Cosme intentó 24 defenderse, me lo quitó, forcejeamos y acabó clavándomelo en una pierna. Quedé cojo para siempre y, desde entonces, me pasa una pensión para que no muera de hambre. Él volvió con Madeleine y siguen felices.
  Ya me había convertido en un sesentón sin oficio ni beneficio —nunca logré colocar otra obra— cuando supe de la muerte de Inés. Acudí a su funeral porque uno debe ir al funeral de cada persona a la que amó. Además, aún recordaba aquella célebre luna de miel en Positano. Me puse un traje oscuro y entré cabizbajo en la iglesia. En el primer banco pude ver a Nicolás. Era exactamente igual que yo cuando me casé con su madre. Delgado, con un bigote fino y gomina. Iba acompañado de una mujer muy elegante que vestía un traje de chaqueta negro y una blusa blanca. Supuse que era mi nuera. La miré de arriba abajo. Era una réplica de Natalia pero con el pelo ondulado.
   Y como tan sólo me separaban unos metros de mi amada Natalia, dejé el escenario, bajé al patio de butacas y me puse a llamarla. En un primer momento no contestó y temblé ante la posibilidad de que se hubiera ido. Seguí llamándola. El público no sabía si mirarme a mí o atender al funeral de Inés. Algunos me animaban. Viendo mi angustia, cada vez eran más los que me animaban. 
   De pronto, en la cuarta fila se levantó una mujer frágil, de piel blanca y pelo cano. Una mujer que tras observar mi penosa cojera, me reprochó por unos minutos mi incorregible insensatez para después cogerme del brazo con una ternura infinita y emprender junto a mí el camino hacia nuestra casa.




Aranzazu de Isusi nació en Madrid y es Licenciada en Derecho y auditora de cuentas.
Imparte talleres de escritura en diferentes escuelas de arte y dirige varios clubs de lectura. Además, colabora como tertuliana en programas culturales de radio.
Ha publicado dos libros de relatos:  “Cuentos de sombreros y paraguas”(Quadrivium, 2008), que fue traducido al alemán y publicado por la prestigiosa editorial DTV (Deutscher Taschenbuch Verlag) bajo el título “Sehnsucht und andere wirklichkeiten- Deseo y otras realidades", y “Benditas luciérnagas” (Torremozas, 2017)
Su trabajo como cuentista ha sido recogido en numerosas antologías, y galardonado en distintos premios, nacionales e internacionales.

Acerca de BENDITAS LUCIÉRNAGAS
 Dijo  Ángel Zapata (escritor y profesor de escritura creativa)  en la revista de literatura Quimera  
"Benditas luciérnagas, de Aranzazu de Isusi, es uno de los libros más originales aparecidos últimamente en el panorama del cuento español”.
“ Hay, desde luego, una apuesta lúcida y consistente en torno a la esencia de lo literario en este segundo libro de cuentos de Aranzazu de Isusi. Pero la hay como trasfondo a la dimensión que su mismo desarrollo hace pasar a primer plano, a saber: la fruición de una escritura que se propone antes que nada como juego, como una fiesta continuada de la invención y del lenguaje. Benditas luciérnagas es, en este sentido, un libro intensamente imaginativo y lúdico. 
Por derecho propio, pues, Benditas luciérnagas es un libro de cuentos medido, maduro, equilibrado, estructurado por secciones con mucho acierto y bellamente aglutinado por el leit-motiv de las estrellas fugaces. Como es también un libro plenamente, agudamente actual, y lo es en la medida en que las historias que contiene recogen la perplejidad y la labilidad y el aturdimiento y la zozobra del sujeto contemporáneo —coetáneo, habría que decir más bien—, y la recogen desde una punzante y nada complaciente intención satírica, que no excluye sin embargo cierta adhesión a las vicisitudes de los personajes, e incluso, aquí y allá, un fondo de ternura.

En este sentido, Aranzazu de Isusi acierta en algo tan difícil como lo es ese “humorismo del bien” del que tuvieron el secreto autores como Gómez de la Serna o Medardo Fraile, y que sabe detenerse un paso antes del despeñadero de lo dulzón, la ñoñería y el “humor blanco”. Su escritura tiene, a mayor abundamiento, el talento del bien, o el talento singularísimo de decir el bien, sin que esa intempestiva poética de la ben-dición nos horripile y nos estrague, después de Sade o de Lautréamont, de Céline o de Beckett.” 

Dijo Javier Velasco Oliaga  en la revista Todoliteratura:
“Las lluvias de estrellas, refuerzan el tono de los relatos, y  no mojan ni calan el cuerpo, sólo el alma  y nos invitan a ver el mundo con otros ojos, a darnos cuenta de lo que no percibimos a simple vista”.

Dijo Kike Martín ( periodista cultural de Radio Euskadi) 
"Un prodigio de imaginación y sensibilidad."

Dijo Javier Sáez de Ibarra ( Escritor, profesor de literatura y de escritura creativa)
"El libro habla de lo esencial que es lo que seguiría valiendo después de la muerte. Escribe de lo esencial poético viendo el lado más luminoso de la vida".

Dijo José María Sulleiro (Periodista y escritor)
“Lo que como lector me importa es la percepción de que lo que ahí se cuenta es “verdad” ese tipo de verdad que sólo nace del deseo y de la pasión por contarse. Hay mucha ternura en los relatos, mucho humor, no poco lirismo y una piedad tan delicada como amorosa. En pocas palabras, tras la lectura de algunos de esos relatos, uno siente correr por las venas algo más cálido que la propia sangre”.

Dijo Eloísa Martinez Santos (escritora y empresaria) 
“Pongo este libro entre los mejores de relatos que he leído en muchos años.
Destila talento, ironía, escritura fina, estilo e imaginación”.


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