sábado, 26 de septiembre de 2020

Claudia Schvartz / Retazos

 

Moreíto AntonioOtros sonidos

 

Raros sonidos. Más lejos y cerca el mundo.

Para un recién llegado, otros sonidos son el mundo.

Una descripción del paseo, balaustradas y plazas secas, la dulce inclinación del suelo, las vertientes del acudir. Estamos casi a fines de un siglo desconocido, el xx se asoma sin la alharaca que produjo el 21. Nadie creyó entonces en el fin del mundo. El cine y el automóvil ya andaban haciendo sus primeros pasos, había quien se deleitaba y quienes aborrecían. Pero el fin del mundo no se planteaba en absoluto. (Walser)

Y henos aquí, en el otro mundo.

Con mi particular modo de vivir los recuerdos, hace ya algún tiempo quería leer a Kafka a quien en mi fuero íntimo reconocía no haber leído. No podía abrir juicio dado que solo recordaba fragmentos de sus diarios, anotaciones sobre el teatro, sobre tal o tal actor o actriz, las noches de un país pleno y consciente. Así que por fin limpiando volví a abrir un tomito dos de los escritos de Franz Kafka. Me llamó la atención unas pequeñas muescas en un margen o un pliegue aquí o allá. Pero la cuestión formidable es que todo eso estaba ya leído por mí. Y recordaba cada texto a medida que lo volvía a leer. No sé cuánto tiempo ha pasado desde aquellas lecturas. Pero ahí está, incandescente siempre. El vértigo de la imaginación, el empecinado escritor que existe escribiendo. Y allí inconscientemente me encuentro. Soy lectora leyendo. Tal vez suene pretenciosa pero casi todos los papeles de mis libros aunque no llegan ni ahí, y ni siquiera forjan personajes ni peripecias casi, de todos modos me parece que en el meollo van por ese cauce, aunque bien modestamente. También reconozco que no me atrevo a decir lo que exactamente pienso.

 

Erase una vez un tal Moreíto Antonio. Un muchacho que no lograba decir exactamente lo que pensaba y se expresaba por elipsis a veces muy esforzadas. Fue así que descubrió casi accidentalmente que un frasquito de licor podía ayudarlo mucho. El calor se expandía en su cuerpo y una especie de risa subía de la sangre al hito y allí como un equilibrista, encontraba las palabras que una a una escalonaban el maravilloso placer del espacio. La lengua sí es espacio, se decía relamiéndose de ese dulzor de las tías enlicoradas por la tarde y súbitamente tristes apenas después. ¿Pero cuándo empezaron los arrebatos? Moreíto no podría haberlo precisado porque sombras y luces acompañaban su pensamiento y su acción. Sombras y luces y sobre todo un empecinado silencio que ninguna palabra o soplo atravesaba, rompía, iluminaba… otros sonidos, dijimos… pero ahora reinaba una confusión más amplia cada vez. Y aquellas tías embelesadas antes ahora lo cuestionaban y taladraban con desconfianza y hostigamiento.

El Antiguo Tartamudeo de regreso virulento arrasaba con toda la efímera construcción que andamiaje tras andamiaje había logrado pergeñar. Sí, una construcción efímera, como cualquier vida paisana, sencilla y natural, intocada por la gran especulación y el poderío. La construcción perfecta para un albañil como Moreíto Antonio. Manos acostumbradas a la mezcla, a lo seco y lo húmedo, a lo ácido y cortante. Al frío, y al calor; al vértigo y los olores detestables. Moreíto Antonio no pensaba en dios desde que era pequeño. Había habido tantas tantas cosas que resolver y aprender y someter y doblar y olvidar y beber y tanto dolor en el mundo que había tenido que escuchar y calmar y comprender y olvidar y masticar y soñar tanto tanto… el vértigo y el golpe; la pértiga y la columna… qué lejos el pensamiento de las palabras como brazadas en el aire entre uno y otro equilibrista, esos pasos en el cielo de la carpa ojos en los ojos y la confianza hecha de otro calor –un calor construido en la alternativa de la educación, tal vez y por ejemplo– no , no tendría eso ya. Otro sonido en el aire, la atmósfera de otra época en la curva de la garganta… ¡dónde, dónde! ¡Ah! El saco estrecho sobre la camisa blanca, el cuello semiescondido porque esa prenda no conoce plancha ni cuidado otro que el jabón y el sol en la cuerda, bailando hasta la hora en que el Moreíto Antonio vuelve del trabajo y entonces recorre limpio la zona donde le gusta ser visto y saluda aquí y allá con la sensación de que cada respuesta a su mano curtida, lastimada y gorda de pena es un verdadero puente con el mundo y ese que ha respondido a la vuelta de la esquina entre los breves árboles de las veredas, es un alter de este mundo que lo convoca a seguir y aquí echa en su garguero la celebración que lo pierde. ¡La primera! La primera de la jornada que ya termina y mientras el crepúsculo lo abraza con su fino frío por la espalda, escalofrío sí que sí, Moreíto ya ha descubierto el último escalón y ya resbala por la amplia lengua media y sin sentido y se deja atrapar por su sólida promesa descartada una vez más.

Pues bien, ya es hora de dejarlo un poco solo, que reflexione y comprenda y después de un sueño merecido, a solas la mañana comience lavando su camisa manchada vaya a saber dónde y por qué caminos. Ese lavar en el agua fría inclinado en la humilde palangana de metal es el comienzo de cada día y dos broches sobran para que el aire vivo del día deje perfectamente lisa la camisa, blanca y humilde que lo envalenta cada tarde para terminar su día como solo puede un Moreíto Antonio, castigado desde siempre por ser tan su Moreíto.

–¿Balaustrada…? –Mecha siempre sería reina en el centro de un mundo incomprensible para Moreíto Antonio. No es que no lo viera, simplemente inaccesible, no solo lejos sino que… mundos paralelos, hubiera querido explicarle él a ella que era el sumum de la belleza y la potencia femenina: su modo de sentarse, los muslos cuando se ríe, el descuidado escote que perfuma desde la puerta misma y los rulos en ella tan naturales como ella misma toda. También espontáneo su modo de ignorarlo formidablemente.

–No era desdén sino algo peor, porque no exigía de ella ninguna expresión ni voluntad. Moreíto Antonio se presentaba una y otra vez y asimismo ella olvidaba su nombre y su existencia hasta la próxima vez en que se sentaban casi frente a frente y nuevamente tenía él que presentarse y hacerse inútilmente el gracioso y soportar sin embargo ser observado tras una especie de bruma inaccesible y esa sonrisa espléndida llena de hoyuelos y ensoñaciones seguro no era para él sino para quien tallaba allí de modo incomprensible pues Moreíto Antonio era un agudo observador capaz de predecir muchas cosas misteriosas, y le hubiera querido decir, él no te ama. En cambio yo … soy capaz. Y también de hacer feliz a una persona hermosa, de cuidar y adorar. Incluso como quien tallaba allí nunca podría… entonces el Antiguo Tartamudeo volvía a aparecer y quien no se le reía simplemente se aburría de su fatal desgracia…

Pero llegó el día de Moreíto Antonio.

 

                                                                    claudia schvartz



Claudia Schvartz nació en Buenos Aires (1952). Escritora, traductora y editora, publicó Xímbala (1984), La Vida Misma (1987), Pampa Argentino (1989), Nimia (nouvelle 1993-2018)Tránsito es nombre (2005), Miyó Vestrini o el encierro del espejo (2002 Ed. Blanca Elena Pantin. Venezuela)ávido don (1999 y 2008)que mereció Mención del Premio Nacional 2001-  , Eólicas (2011). En 2015 publica El papel y su futuro, reunión de prosas. En 2018 presenta alcanforPoemas impugnados en 2019.
Participó en lecturas en diversas jornadas poéticas  Compiló, en los años 90, las Antología Erótica y Nueva antología del amor (Leviatán).
Su poesía aparece también en  Analectaliteraria, Cuarta Prosa y Octavo Boulevard sitios virtuales.
Editora responsable de Leviatán de Buenos Aires, desde 2002.


                    La foto es del Archivo General de la Nación Argentina. Foto Inv: 12396

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