CARNE DE CHANCHO
autor PATRICIO E. TORNE
Hay
ciertos animales que portan su belleza con un descaro
sin igual. A esa especie pertenece la filiación de este animal:
mezcla de brutalidad carnicera con delicadeza a lo “Peter Pan”.
Por eso no debería extrañarnos si su desnudez se recorta entre
las piedras del acantilado, para luego acercarse -lenta pero
decididamente-, y ser adorado por esos incautos que recorren
la playa buscando conchas, sin imaginar que vendrían a
encontrarse con tu aparente domesticidad.
sin igual. A esa especie pertenece la filiación de este animal:
mezcla de brutalidad carnicera con delicadeza a lo “Peter Pan”.
Por eso no debería extrañarnos si su desnudez se recorta entre
las piedras del acantilado, para luego acercarse -lenta pero
decididamente-, y ser adorado por esos incautos que recorren
la playa buscando conchas, sin imaginar que vendrían a
encontrarse con tu aparente domesticidad.
En el trance de encontrarlo donde
nunca estaba, cierta vez, tuve el convencimiento de reconocer su imponente
figura bajo la ducha.
La lluvia ponía el brillo necesario
sobre su vellosidad, pero algo en su lenguaje corporal me alertaba sobre el
equívoco. La tensión puesta al servicio de ciertos temas banales, acrecentaba
la sospecha de un nuevo error de mi parte.
Me di tiempo, sin embargo, de
acercarme y acelerar la caída del agua con la palma de la mano. Recorrí su
espalda, sus nalgas, los músculos firmes de sus piernas. La bestia se dejó
estar, como quien tiene la costumbre de ser malenseñado,
y se echó, lentamente, en la bañera.
Como un capitán complacido en la derrota,
me invitaba a su naufragio hogareño.
Debía matarlo una y mil veces.
Esparcir lo que quedase de su cuerpo donde sea, menos en los resquicios de la
memoria. Así la premisa con la que
intentaba sostenerme, día tras día. Pero allí estaba, sino la presencia, el
rastro que dejara su puro andar de bestia, cuando no el olor, su sombra que en las jornadas de gozo quedara por la
casa.
Como una tierna mascota se volvía,
llamando la asistencia de mi mano bienhechora que, lejos del crimen, se volvía un bálsamo
recorriendo la voluminosidad de su recuerdo.
Extrañando entonces su mirada, me
ausentaba de mí, guardaba uno por uno los puñales y cantaba. Cantaba hasta
quedar sin voz. Como un trance parecido al exorcismo; igual que un verdugo inoperante al que lo
asiste la pena de no cumplir su cometido.
En los días propicios, su bestialidad
se tendía largo a largo. Dejándose contemplar, sus gestos se adherían a la
circunstancia del puro beneplácito.
Cada tanto –como esos animales disponiéndose a
su amo-, exigía su caricia, que de ser satisfecha, le volvía todo un mar en la
mirada: no conozco la playa, decía
entonces, y su ampulosidad, de pura complacencia, se llenaba de luz igual que
un niño al que se debe atender.
Dejábamos, entonces, nuestro
salvajismo de lado, y una barca crecía entre ambos: se dejaba empujar aguas
adentro. Marineros nos volvíamos. Centinelas cada uno en lo mas alto del
mástil.
Voluptuosa la tormenta que vendría a
mojarnos, hasta llegar la calma.
Nuestros cuerpos complacidos en la
aventura marina. La envidia de Poseidón en olas de la lujuria
4
Luces en el sigilo de la noche, y en
la guarida del guerrero, se extasían con
cierta voluptuosidad que los vuelve angelicales. A solas, se avienen a celebrar
lo que les gusta en cada uno de ellos. Las manos, con esa suavidad y la firmeza
tan propia de los buenos amantes, recorriendo, sin pudores, los exactos lugares
donde crece el deseo. Como inmensos titanes después de la furia, se dejan
llevar por la ternura y se vuelven inocentes. Mimias figuras excluidas de la
jungla. Lejos de la arena, los gladiadores
olvidan, por un momento, su condición de bestiales
Nada nos hace falta. La mesa de lo
irremediable está tendida. Después de devorar lo que de cada uno apetezca,
deberíamos recostarnos a observar nuestra luminosa degradación. Escuchar los
sonidos desacompasados de la lengua y decir cosas banales: tierra, lastre,
enfermedad, padre, amante.
En algún punto se alzará el puñal.
Caerá con la certeza propia de los buenos gestos. En lo que siga primará la
virtud de la estética. Como las reses de Bacon. Carnicería en la tela
Nadie podrá afirmar, jamás, que tus dientes estuvieron solo al servicio
del mordisco. Que tus ojos, profundamente hermosos, atentos a la presa fácil.
No.
Que tu complexión se tensara para el
salto consumatorio del desprevenido.
Yo he visto de cerca tu figura
inmensa y leve. He visto, si, el halo circundando tu cabeza. Igual que a un
santo pude verte y, muchas veces, me encontré con objetos inocentes en las
manos que te hubiera ofrendado. Pero es fuerte el pudor, y más cara la
vergüenza.
Ahora cuelgo algunas fotos, para verme bendecido por tu presencia. Cuido
con esmero esas instantáneas que alguna vez -ya lo dijeron-, serán partes de un
dossier de la National Geographic, o
de un especial en el Animal Planet.
Suele olvidarse con facilidad del
mundo, y en su guarida, pone obsesiva atención en la forma de sus patas. La
tersa epidermis de sus hombros. La pelambre suave de su cavidad torácica.
Después se acaricia gradualmente: primero con cierta parcimonia, después
intensifica el movimiento y, como un metrónomo descontrolado, llega al punto
inicial. Se relaja de nuevo, y su atención ya está puesta en la panza.
Con sus manos restriega la redondez,
y confirma la plenitud del volumen. Conforme en la concavidad del autismo, se
acaricia presionando el sexo. Se vuelve seminal. (demagogo y tierno, diría el
observador). Un oso que solo bien se lame, sucumbiendo en el éxtasis de lo que
otros le niegan como encanto.
Recostado en la noche, a orilla de los
bosques, he sido el cazador que apuesta
a la fortuna, y espera de su presa el guiño del reconocimiento.
Bebí con la mecánica del
desesperado, tus más dulces secreciones.
Arrodillado ante la belleza,
comulgué tantas veces como fue
necesario. Me abracé a tu cintura, y fui testigo del temblor y los gemidos.
Bebí de tu licor con tanta impunidad como es posible.
Pero no pude matarte, dejé librada
tu carrera. Vi hundirse tu figura en lo espeso de la noche, como un pobre
animal que se cree inocente.
A causa de amar tanto a la bestia,
perdí el sentido.
Deliro
con sus pectorales en el horizonte, como una amenaza de tormenta levantándose
oscura y bella.
Vendrá a saciar mi sed –pienso-, y el
viento pasa a cientos de Km. por hora.
Me desnuda ante los demás. Pone al descubierto mis miserias.
He levantado las banderas de la
vulnerabilidad, aunque se de mi propia fuente,
que no habré de redimirme evitando el oprobio.
PATRICIO TORNE:
Nació en Helvecia (pcia de Santa Fe) el 31 de enero de 1956.
Editó:
Orbita de
Endriago (filofalsía 1990)
Helvecia y
Otros Tópicos (Todos Bailan 1990)
Donde Muere
la Lógica (Ultimo Reino 1992)
Anacrónica
(Ediciones de la nada 200)
Perros
(Editorial Revistas Callejeras 2010)
Desde 1985 reside en Villa Mercedes (San Luis), donde
desarrolla distintas actividades relacionadas con los espacios sociales,
periodísticos y culturales.
Desde 1985 dirige los talleres literarios de la Facultad de
Ingeniería y Ciencias Económico-Sociales de la U.N.S.L.
Es Coordinador del Área de Cultura y Artística de la
Secretaría de Extensión Universitaria de la F.I.C.E.S. de la U.N.S.L.
Es responsable del Ciclo PRETEXTO. Donde poetas de todo el
país, la región y locales se dan cita para desarrollar lecturas y compartir
experiencias creativas, desde 2010 junto al Taller Literario de la FICES.
Ha participado en distintos Congresos y Encuentros en el
País, Paraguay y Chile.
Textos suyos han sido publicados en distintos medios
nacionales y del exterior (Brasil, Chile, México y España)
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